Existen escritores obsesionados por
una hipotética perfección formal en el poema que no admite una sola imperfección o alteración sobre las
reglas de la métrica más tradicional; por
ejemplo, en el cómputo silábico o una consonante fortuita, ni siquiera una
asonante, no ya final al verso, sino incluso
interna, etc. Que diríamos, de ese otro modo de
entender la poesía que renuncia a la imposición técnica de la medida, y se
independiza del ritmo prosódico, poesía en la que tantas veces el metro tradicional, que
tanto condiciona todavía el ejercicio y la práctica de la poesía en muchos
casos, no lastra ni asfixia la fluidez
de la palabra. La calidad del poema y
del poeta residen, desde luego en otro
ámbito de cosas diferente como en su ausencia
de mecanismo y convencionalidad.
Pero en un orden de cosas diferente
recordábamos no hace mucho el tremendo desfase de la opinión de Ortega y Gasset
cuando escribió: “Hasta qué punto puede alojarse en la mujer la genialidad lírica? La
cuestión es poco galante y corre el riesgo de suscitar en contra todas las
banalidades del feminismo. No obstante, algún día será preciso responder a esta
pregunta” (Ortega y Gasset 1923). La Historia de la poesía contemporánea en
español ha respondido con creces la pregunta de Ortega y Gasset, tal vez de
manera distinta a cómo él hubiese esperado.
Es verdad que el ninguneo y la ocultación machista del
papel cultural de las mujeres, se ha perpetuado hasta épocas absolutamente
recientes. Fanny Rubio recordaba ya en el
91 la “desaparición” de las mujeres de
la generación del 98, del 27, del 36 o
del 50. Valga el ejemplo de
Ernestina de Champourcin con respecto a la del 27. Debemos hablar hoy de ‘mujeres’ en plural
porque singularizar el término es volver a incurrir en la vaga reivindicación
genérica e ineficaz. No hablamos del
papel del hombre en literatura o en poesía sino del papel de tal o cual autor,
especificados como componentes de una pluralidad manifiesta.
Porque quizá, por fortuna, en la
actualidad muy posiblemente hombres y mujeres asumen ya, el mismo discurso
y lo femenino, vindicado y contrapuesto
a ese punto de vista que no concedía a la mujer su papel en literatura y en
poesía, sea, una vez recuperado en bastante mayor medida su correspondiente lugar
en estricto pie de igualdad, un parámetro más
igual que la edad, la geografía , la cultura , las creencias o la clase
social, del propio autor. Incluso como
tal parámetro, para una parte de la crítica literaria feminista el género se
convierte en un factor de análisis privilegiado de los textos y de su contenido
simbólico.
Poesía
de género, por tanto, como parámetro
seguramente no diferenciador que justifique a estas alturas un apartado
peculiar, estanco, en literatura, sino como factor y valor añadido. Y parte de
este valor añadido es el compromiso literario de las mujeres para terminar de
superar sus límites y su marginación, si éstos existen aún en alguna medida,
sin bajar la guardia, manteniendo una actitud todavía beligerante, no para
segregarse, para apartarse, sino para
integrarse, como agentes de una exégesis más profunda, que pueda tal vez
subvertir el cuerpo tradicional de la escritura, de la poesía hecha secularmente
por hombres, para dotarla de otro lenguaje sujeto de una hondura mayor y
de una proyección diferente y más amplia.
Se ha dicho que el brillo
de la poesía dominicana se produce a partir del s. XIX con los
nombres de Salomé Ureña, José Joaquín Pérez y Gastón Fernando Deligne, tres
nombres fundamentales sobre los que se basan los factores que la conformarán en
el futuro. Su verdadera modernidad comienza ya en el siglo XX con el surgimiento
de las vanguardias.
Se aprecia sin embargo
en su devenir histórico una elevada proporción o desproporción si se quiere, masculina en el monto de sus autores, con excepciones muy notorias como es el caso
de la mencionada Salomé Ureña, figura
central y reverenciada de la historia de la literatura y la poesía de la
República.
Más
adelante, el auge modernista tiene nombres de varón, el simbolismo dominicano y
los movimientos ‘Vedrinista’ Y Postumista’ se sostiene asimismo casi exclusivamente sobre nombres
masculinos. Y sin embargo, este es el caso de la práctica totalidad de
la poesía contemporánea occidental.
Pero a Salomé Ureña seguirán, a pesar de todo y más contemporáneamente algunas otras damas
notables: Aida Cartagena, que
sintomatiza asimismo ese factor de rebeldía de la poesía femenina dominicana
desde la mitad del XX; Jeanette Miller,
cuya familia fue represaliada por la dictadura de Trujillo, poeta y crítica de
Arte; o Soledad Álvarez, asimismo poeta
y ensayista, imbricada en el movimiento “Joven Poesía Dominicana”; Julia Álvarez, poeta, novelista, ensayista y educadora formada
y afincada en E.E.U.U. ; o Miriam Mejía
igualmente residente en Nueva York .
Con todas estas excepciones muy
notables y algunas otras en materia de narrativa, la desproporción de género en
lo histórico, ha persistido, contumaz, en cierta medida todavía en la poesía
dominicana. Afortunadamente ha comenzado no hace mucho a cambiar de signo de
manera veloz y eficaz, y a concluir esa
tradición secular de desequilibrio en el género de sus autores.
Así
pues, ausencia del condicionante de la
métrica tradicional por un lado y feminidad como valor añadido por otro,
son factores que conforman algunas de las voces de la generación más actual de la poesía
Dominicana. De algunas poetas actuales ha
dicho José Ángel Berrueco: “No tienen pelos en la lengua, con el
cuchillo entre los dientes y los ovarios bien puestos”, lo que obviamente podría aplicarse a muchas
otras, y por descontado en el caso que nos ocupa. Por otro lado,
como ejemplo claro de la ósmosis, de la
transculturalidad actual del Español es también exponente sin duda alguna la poesía de Rosa Silverio.
Rosa
Silverio es escritora, periodista, gestora cultural y lectora empedernida. Se
necesita sinceridad, espontaneidad, autoestima, ausencia de falsa modestia y cierto desparpajo
que eluda la convencional seriedad y gazmoñería de este lado del océano para
autodenominarse con el mote de “Huracán del Caribe”. Ello antes de especificar su condición de
“Bruja mala del cuento” y aquí estaríamos, por otro lado, dentro de la tradición literaria del romanticismo europeo aunque
posicionándonos asimismo frente a la moral tradicional de la cultura
bienpensante que intentaba la educación , sobre todo infantil, a través de los
modelos prestablecidos y también del miedo. Discúlpesenos la digresión cómplice con
nuestra autora. La ‘bruja mala del cuento’ Rosa Silverio, dice con lucidez que
le encanta estar en compañía pero que ha aprendido más en soledad. Permítaseme decir
que la modernidad de su presencia incluye, no solo actividad literaria y
cultural sino cierta atención a la imagen de su propia estética personal, y sin
atarse a patrones, como primer modo de
contacto y posible nexo con las personas del entorno en el que incide (“En un
arranque de luz y de nueva vida me corté todo el cabello”).
Como síntoma de la calidad , no solo
literaria sino también humana y vocacional de Rosa Silverio, es notoria su
hiperactividad en el terreno de la gestión cultural, del énfasis y la
creatividad a la hora de crear, organizar, empujar eventos literarios donde
reúne, autores y amigos siempre desde la inquietud común de la literatura y la
poesía. Pero, de la misma forma como
síntoma a la vez de la calidad de su
texto, entre sus lectores se encuentran no solo autores reconocidos convenidamente por
los medios de masa, sino fundamentalmente ese grupo cada vez más numeroso de entusiastas de su
trabajo, de su persona, de su capacidad creativa que aglutina amistad,
dinamismo y motivación continua, sacudida emocional e intelectual.
Poesía actual donde las haya, cada
vez más necesaria en la medida en que más se conoce y saborea, y sin embargo,
extemporánea y universal en la medida en que profundamente humana y existencial.
Porque la poesía es fundamentalmente
introspección en lo existencial colectivo del género humano, de su problemática
vital y su consciencia como ser efímero.
Por mucho que el título de Fernando Pessoa, desprovisto del contenido
del libro al que precede, se haya tergiversado como pretexto de ficticia
solvencia para justificar la impostura de alguna pretendida poesía. La poesía
no miente; no debe mentir sino ser esencialmente sinceramiento e incluso
desgarro. Poesía como constatación de lo
transitorio y contingente de nuestro escaso tiempo personal.
Los
poemarios de Rosa Silverio son seis, si no omito alguno, hasta la fecha y no me cabe la menor duda de
que vendrán más. Quiero referirme sin embargo en esta breve glosa a dos de
ellos fundamentalmente y con mayor énfasis a uno: “Arma Letal”, por el impacto que su lectura me ha causado en
ese transcurso de cosas que supone también para cualquier escritor la lectura o
la influencia de otros autores y otros textos –poemas- como alimento, sustrato
o reflexión sobre lo que uno mismo puede
escribir.
El primero de ellos, ‘Matar al padre’ es un libro en el que no entraremos sino de refilón, simultáneo casi este breve
artículo a su aparición editorial. Sí
diremos que, bajo el título y un subtítulo que reza: ‘El final del juego,’ se
agrupan una serie de poemas ásperos en su dureza y el sinceramiento de su toma
de conciencia que reacciona contra un problema vital de sometimiento secular al
varón, sintomatizado incluso en la autoridad y la égida paternas tradicionales
(“Qué ligadura más terrible la de este
padre y su hija”. “Duérmete niña,
duérmete ya, o viene el padre y te comerá”.), quizá en ocasiones el padre
solo como observador de la destrucción de la “poeta” que habla con la voz de la
propia autora, o en otras como
referente de un sentimiento de culpa, y en esa frase de sabor freudiano que en
este caso no evoca, como podría pensarse, el arquetipo de Electra pero tiene a veces connotaciones míticas (“Abre tu gran boca, Saturno…”. “Vengo de
Estigia…” ) , no solo trágicas sino , diría, sino también algo tétricas, al
modo de una reflexión barroca, de una “Vanitas” traída a nuestro tiempo:
“La mujer está tranquila,
todo ha sido perfectamente dispuesto.
Los gusanos ya celebran el banquete”.
Sin embargo, en ‘Arma Letal’ no son fortuitas las citas que encabezan el
libro aun tan distantes en el tiempo y sin embargo tan imbricadas, tan propias
en la idiosincrasia patria, una vez adoptada esta por la autora caribeña, como
son las de Miguel de Cervantes y el otro Miguel, Miguel Hernandez, en una misma
vertiente semántica y conceptual: las armas necesitan del espíritu porque en
realidad así dejarán de ser armas, “Tristes guerras si no es amor la empresa”.
Arma letal es una confesión en toda regla,
es en realidad una autodefinición existencial, creativa y por supuesto
literaria. “No sé a dónde dirigirme” decía Bob Dylan en su canción “Mr.
Tambourine man”; “…sin saber a dónde dirigirme” dice Rosa Silverio en su poema ’Perdida’
para concluir (antes o después en el orden del texto no importa): “…dirígete hacia el fondo de ti misma”, en ‘Canto a la mujer que se consume’.
No exenta de una afilada ironía, afilada
porque corta, Rosa Silverio realiza una reivindicación del destino personal y
proyecta para ello, lógicamente, su propia experiencia. Se trata, como digo, de
un autorretrato vital. También participando de la necesaria connotación
feminista, si por feminismo entendemos ese valor añadido pero que no claudica
aún de la denuncia obligada de la contumaz sociedad estructurada desde el
machismo: “Un hombre sabe cómo partirte en dos”.
He de resaltar la potencia de sus imágenes,
que añade un cierto factor dramático en buena parte de sus textos. Así por
ejemplo: “…El hundimiento es inminente”,
“…la lluvia de azufre no cesa de caer” o “… el estropicio que dejó la
tormenta”, muchas otras. Decíamos: poesía como constatación de nuestro tiempo personal. Tal
vez por eso hay una simbiosis natural entre lo más hondo y, por otro lado, lo
más coloquial. En el contenido y en el lenguaje. “Todo parece estar patas arriba”.
Me gusta particularmente el poema “Testimonio”
donde la autora traza su visión de la historia reciente del mundo y por
supuesto hace una exégesis personal, pero del mismo modo una exégesis que juzgo
pesimista. Asimismo en algunos otros
poemas: “He descubierto el mundo a través de esta casa…” “… jodidamente
triste” “Un pájaro que se va… que es
libre… hasta que un cazador lo avista y le dispara”. (‘Encierro’), o
establece su propia poética como en ‘Poema herido’: “Ay poema de la enfermedad y de la angustia,
cuándo dejaste ce creer, cuándo te extraviaste en el camino”.
Recordaba la letra de la canción ‘L’animale’
del cantautor italiano Franco Batiatto cuando leía el poema ‘Locura’ de Rosa
Silverio donde menciona ‘el animal que llevo dentro’; para advertir la crudeza del poema de Rosa en
sus conclusiones en comparación con las de Batiatto. Ella finaliza: “…terminará
devorándome y condenándome a la muerte”.
Todo este dramatismo , este pesimismo este
trauma, conduce probablemente a los resultados que la misma autora extrae en
uno de los últimos poemas del libro; en ‘Sahid’: “…cuando oscurezca… me pondré el cinturón de explosivos… y me volveré
astilla que rompe el pavimento… Quiero vengarme.” O bien , a otra
conclusión distinta y no menos lógica como la del poema ‘El acto’: “…después de que todo ha sucedido le he
tomado prestada la vasija a Pilatos, me he lavado las manos lentamente y las he
secado con el pañuelo más fino”.
No se pone en duda que siempre es el propio
poeta quien, de un modo u otro, habla en el poema pero la
poesía es fundamentalmente, lo hemos dicho,
indagación en la problemática
vital esencial y común del hombre, de su consciencia como ser efímero. Y
el poeta, para serlo verdaderamente, habla en realidad de un ‘yo’
colectivo; en esa medida la poesía de
Rosa Silverio es sintomática y a la vez, acusación a una época como exponente
de las premisas y factores que la informan, y no ya a ella misma , sino al
conjunto de una determinada sociedad transida tal vez de angustia y víctima en
tantos casos de violencia, de violencia instituida, de violencia colectiva, de
violencia incluso aceptada culturalmente pero, al fin y al cabo, violencia.
Tengo la sensación de que Rosa
Silverio escribe sin premeditación pero
con alevosía, dejándose llevar por la propia fuerza de su palabra y de su verso; de la evocación poderosa que va construyendo
un poema no preconcebido de antemano sino que surge poco a poco de su propia
coherencia gramatical, semántica y plástica . Me ha arrollado literalmente con
la libertad de su sintaxis, de su imagen, con la fuerza y la sinceridad dramática,
poética de su verso.
“Decían que hablaba del amor
y es mentira
Yo siempre dije y sostengo
que hablaba de todo lo perdido”.
Por
tanto, todo ello como factores
significativos de ese algo que
nos mueve, que lleva la poesía al exterior, y la asocia, la imbrica en lo
objetivo, en la realidad más fáctica de
nuestra vida, fundamental, común y veraz, que puede y debe ser comunicado en su
hondura y ser detonante, catalizador, que
reinterprete esa misma realidad,
transformándola e
introduciéndola en otro cauce más
hondo, más auténtico, más ético y más bello. Es el caso, sin duda, por las
razones expuestas pero también por
muchas otras del trabajo poético de Rosa Silverio
Alfredo Piquer. Dic 2013